miércoles, 13 de enero de 2010

La monstruosa reina Carchuchita: Capítulo I

Capítulo Uno: De cómo el pendex terminó con un par de tetas

La monstruosa Reina Carchuchita – quienes duden de mis intenciones y de mis fuentes, aquí tienen la primera prueba de la veracidad del relato, ya que no pudo habérseme ocurrido un nombre menos irreal y monstruoso que ese, sin embargo ese era su nombre verdadero (aunque solía ser llamada por uno mucho más socialmente aceptable que no osaré pronunciar hasta no recavar datos más exactos de este hecho); además todos sabemos fehacientemente que los monstruos, o no existen, o son bolas de humo para asustar a los niños, o son los padres (que bien podrían reunir las dos condiciones antes nombradas – sino pregúntenle a mi psicóloga).

Vuelvo a comenzar: La monstruosa reina Carchuchita que es la quintaesencia de este relato que pretende desarrollarse capítulo a capítulo; bueno no solamente contar su vida, sino la de su feroz prole conformada por las princesas Shénifer Fabiana y Shésica Patricia, porque a la reina Carchuchita no hay dinero que le quite la grasa. En rigor de la verdad y haciendo un acto de justicia, debo agregar que la princesa Shésica Patricia se autobautizó de esa manera, un poco movida por la envidia hacia su hermana, portadora de un nombre tan imponente, y otro poco porque Diego Ramón ya no le hacia juego con el par de tetas plásticas que se puso en el 2005 cuando quiso escaparse de la vergüenza social.

En realidad, la historia de esas tetas es bastante triste.

Durante toda su vida, el sueño de Diego Ramón había sido pertenecer a la industria de cine porno nacional –como lo ha expresado con sus propias palabras en varias de las entrevistas que se le han realizado para esta labor investigativa, afirmando: “qué bueno que te paguen por garchar”.

A la euforia generada a partir de una idea tan brillante (brillante siempre y cuando se considere la mediocridad general de Diego Ramón), le siguió la peor de sus decepciones: el rechazo.

Con sus objetivos claros –y cuando uno tiene los objetivos claros es todo mucho más fácil-, nuestro joven salió a la aventura. Compró toneladas de revistas de adultos, visitó cabarutes, prostíbulos, pirimbundines y cines pornos, hasta que alguien le acercó una tarjeta personal de uno de los pocos realizadores pornos del país.

El pornógrafo le explicó que por el momento su productora estaba parada por la falta de inversores interesados en una actividad relativamente nueva en la Argentina. Y aquí es donde entra nuevamente en la historia la monstruosa reina Carchuchita, pero esta vez con sus ahorros.

Diego Ramón le rogó, le imploró, le suplicó a su monstruosa madre que accediera a invertir en su sueño. La reina recordó todas la veces que su hijo la había ayudado para fortalecer su posición en el reinado y, conmovida, decidió tenderle una mano (llena de dinero, por supuesto).

Afortunadamente para nuestra epitética reina, los actores locales laburaban por el chori y el tinto y los filmes no se filmaban, sino que se grababan con una cámara estándar de vhs y se editaban en el cuartito del fondo de la casa del director, lejos de la vista de los nietos y vecinos curiosos que conocían el curriculum vitae de tan célebre personaje. En resumen: la porno le costaría al nene dos mangos.

Aunque pareciera contradictorio por el tono casi alegre del relato hasta el momento, no olvido que describí este episodio de Diego Ramón como triste y decepcionante y que en el fondo estas páginas encierran un profundo drama humano. Y contrariamente a lo que se puede suponer, la decepción y la tristeza del príncipe no estuvieron asociadas al fracaso financiero del proyecto (ya habíamos conjeturado que el riesgo era mínimo para las gigantescas arcas reales), sino a algo más íntimo y sobrecogedor.

Hablando del tema, el asunto es que el príncipe no pudo. Han leído bien: no pudo. No sólo no pudo cumplir su sueño, sino que no pudo garchar. No se sabe muy bien por qué: si la locación, o las luces, o la gente, o la reina gritando “dale, nene, mostrale a mami que vos podés”; o el director gritando “dale, nene, encima que ni se te ve, no se te para”, o la coprotagonista gritando “grlpglupsgr” (porque cabe decir que la muchacha le ponía tanto empeño a su trabajo que hasta gritaba con la boca ocupada – bue, ocupada es una manera de decir).

A partir de ese episodio, Diego Ramón ya no fue el mismo. Claro, ustedes dirán: fue Shésica Patricia, pero muchas veces las cosas no son tan simples como parecen, como llorar y ponerse tetas; además pasaron algunos años entre un incidente y el otro. No, señores, la vida es mucho más compleja.

La culpable del cambio de Diego Ramón, fue un personaje que ocupó un espacio mínimo en la vida de nuestro héroe. ¿Escucharon que los actores dicen que no hay personajes pequeños, sino actores pequeños, o algo así? Bueno, una actriz de las de reparto de la porno fracasada. Me corrijo: la porno no fracasó, todo lo contrario, fue un éxito en los videoclubes y volvió a ser un éxito cuando en el 2005 se reeditó en dvd con los extras que incluían las escenas eliminadas de uno al que no se le paraba con nada y que fueron el verdadero motivo del éxito del relanzamiento.

Uno, igual, Diego Ramón.

El problema fue que Diego Ramón, la princesa Shénifer Fabiana y la monstruosa reina Carchuchita ignoraban el contenido de los extras y fueron a la fiesta de relanzamiento de la película como exitosos productores (porque eso habían sido) y en limusina de estrella pero estresha con she. La monstruosa reina Carchuchita que era monstruosa pero que no era boluda, intuyó algo extraño cuando la gente miraba a su heredero y se le recagaba de risa en la cara. El público se apiñaba a su alrededor para pedirle autógrafos y lo trataba con una mezcla de lástima, cariño y vergüenza ajena, como a un fenómeno.

De hecho, fue un fenómeno nacional de tal magnitud que decidieron cambiarle el nombre a la película: de “Las gatitas están que arden, vamos a hacerle el tohor”, pasó a llamarse “Aunque las gatitas lo tengan como una cacerola, el pendejo no puede”, aunque la gente sintetizó el nombre, se olvidó de las gatitas y la llamó “el pendex no puede” como si el plato principal fuera Diego Ramón y la hora y media de película fueran los extras.

El suceso también se hizo evidente en la web. Cuando un usuario de la red escribía “pendex” o “pendex+video” en Google, millones de páginas hacían referencia a Diego Ramón y su popular impotencia. “El pendex no puede” también formó parte de otros sucesos: Fue el dvd más vendido de su categoría en la temporada 2005/2006. Fue la primera porno que muchas mujeres confesaron haber visto (precisamente porque no se alquilaba como porno por más que estuviera en lo más alto u oculto de las estanterías de los videoclubes, sino como comedia). La cara de desesperación de Diego Ramón también podía verse en remeras, buzos, pósters…

Lo que para mucha gente hubiera sido la alegría de la fama instantánea, para el pendex fue la peor humillación. Tanta humillación que decidió ponerse tetas… y ahora es cuando hace ingreso la actriz de reparto que nombré unos párrafos más arriba. Pero se hizo muy extenso este texto para un solo capítulo, así que deberán esperar la próxima entrega para conocer los detalles.